Aspecto Histórico

Contexto histórico – La Iglesia en América Latina

Para referirse correctamente sobre el proceso de la Iglesia Católica en América Latina, es preciso ir hasta la Edad Media. Hay que tener en cuenta que la mentalidad del hombre que desembarca en las costas del Caribe en 1492 es medieval; España acaba de salir de una ocupación musulmana de ocho siglos, en la que la fe cristiana se veía en la constante necesidad de reafirmarse de todas las maneras posibles. Por eso, al momento de llegar a tierras americanas, los españoles sentían el imperativo de la evangelización, se sentían, ellos mismos, estandarte y bastión del cristianismo, que salió triunfante en sus tierras por voluntad de Dios, y era deber de ellos ahora llevarlo hasta donde se pudiese. Todo esto sin olvidar, además, las terribles circunstancias sociales de una Europa en la que escaseaba la comida, donde las guerras aumentaban y las pestes diezmaban la población. Síntomas de lo que sólo podía significar un Castigo divino. Esta sensación de castigo, de penitencia, llevaba a pensar que “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Esta manera particular de percibir el mundo y la vida, será heredada en parte por la sociedad colonial. Sin embargo, resulta menester recordar todos los procesos a los que el mundo se vio sometido en los albores del Renacimiento. El Medioevo llega a su fin, después de una transición larga y complicada, y llega una época en la que empieza a primar la producción económica  y la dominación política. El hombre se da cuenta de que el mundo es mucho más grande, y el paso a la secularización se da; la naturaleza ya no representa un bosque de símbolos, donde la obra de Dios está presente y es palpable, sino puro material explotable y potencial económico. América, entonces, se presentaba como una realidad sin precedentes, y de hecho es la tierra que a partir de su colonización, permite la industrialización y el auge capitalista de las naciones europeas. El Nuevo Continente, la historia que le seguiría en adelante, estaría enmarcada por los intereses económicos de sus, también nuevos, dominadores.
 El debate estuvo sobre la mesa desde un principio, en cuanto al justo derecho de la Corona española sobre las tierras descubiertas y del papel de los indígenas con el proyecto evangelizador. Había dos intereses encontrados; por un lado, los conquistadores y encomenderos, que tenían en cuenta sobre todo el carácter “explotable” del Nuevo Mundo; por el otro, la teología tradicional, encargada de velar por el bienestar de la cristiandad y las responsabilidades de los reyes. En efecto, si bien la situación de las Indias en un principio se desconocía en la península, luego fue ampliamente difundido por las cortes el abuso cometido por los soldados españoles. Empezaron a pensarse y a ejecutarse legislaciones para las Indias, hechas por juristas a veces muy poco versados en teología, que justificaban la conquista, la apropiación de las tierras y la guerra contra el indio en caso de que se negara a aceptar la fe cristiana.
Los teólogos verdaderos abogaron por una evangelización paciente y esmerada, basada en el ejemplo y no en la imposición bélica, a fin de lograr una fe auténtica y natural. Poco a poco los intereses económicos y jurídicos necesitaron de una justificación basada en el aspecto teológico-filosófico de su misión. El resultado fue una interpretación errada de la teoría aristotélica sobre la “esclavitud”, en la que se expone la condición natural de algunos para gobernar y de otros para ser gobernados. El debate, sin embargo, continuó. La tendencia imperialista había logrado permear gran parte de la teología, salvo algunos cuantos casos. La controversia ahora estaba dentro del gremio teológico mismo. Las posturas encontradas más evidentes eran las de Ginés de Sepúlveda, quien pensaba en la obligación del sometimiento del indígena, la prohibición de prácticas como el canibalismo y los sacrificios, y ante todo en el mandato imperante de  la tarea apostólica de la Iglesia. La otra, en cabeza de Bartolomé de Las Casas, encargada de mostrar la civilización indígena como algo racional y aceptable, mostrar que lo “salvaje” también se ha visto en Europa y hasta en casos peores, y evidenciar la relatividad de los argumentos tomados por “racionales” dados por los juristas y teólogos de la estirpe de Sepúlveda.
Además de otros muchísimos casos, vemos que la Iglesia, en lo que se refiere a la América Latina, estuvo dividida en su historia. Esto es claro, por ejemplo durante el período independentista, iniciando el siglo XIX. La sociedad colonial se hallaba en decadencia, al igual que la hegemonía española, producto de la invasión napoleónica a España. Los intereses económicos ahora reverberaban en una clase que pretendía los mismos derechos y beneficios de los europeos: los criollos. Su rencor hacia el español era cada vez mayor hasta que la única manera de solucionarlo resultó en una campaña libertadora, promulgada para el pueblo, pero principalmente en beneficio del criollo de clase alta. La Iglesia jugó un papel fundamental en la conformación de las naciones latinoamericanas, tanto a favor de la causa patriótica, como a favor de la causa realista. Fueron muchos los sermones dados desde el púlpito de las iglesias, los sacerdotes asesinados, y los servicios prestados por la Iglesia, (educación, asesoría, instituciones), para conseguir la libertad. Una vez se dio, la Iglesia siguió dividida, pero al interior de estas nuevas repúblicas, sumidas por un sinnúmero de guerras civiles y golpes de estado.
Llega el siglo XX, con todas las calamidades de la sociedad contemporánea, después de una secularización absoluta, en un proceso que viene desde la Revolución Francesa. Corrientes filosóficas y científicas, que llevaron a la humanidad a una sensibilidad positivista, en la que Dios era cada vez menos probable, por la misma sed de certeza y de verificación. América Latina entra en un proceso de modernización atropellado y fallido, por la corrupción de las capas superiores y la pobreza cada vez mayor de las inferiores. La pugna entre liberales y conservadores mantenía la división en la Iglesia, aunque principalmente esta mantenía posturas conservadoras. Pero manifestaciones de oposición también surgían al interior de la institución eclesiástica, influenciada por la necesidad de los más pobres de corrientes de pensamiento marxista, que determinaron la manera de hacer teología en el continente. América Latina se halla en un momento de escisión histórico, en el que empieza a ser pensada por ella misma y a generar una intelectualidad propia en múltiples disciplinas. A partir del surgimiento del CELAM, por ejemplo, la Iglesia fue dejando de lado la separación, y fue asumiendo una posición más acorde con la unidad debida, cuyas conferencias enmarcaron una nueva evangelización, de un carácter más incluyente, más preocupada por la realidad social y por generar una verdadera comunidad. Dejó de pensar en la utopía, para alcanzar la plenitud futura de una cristiandad latinoamericana.